domingo, 19 de abril de 2020

El soldadito de plomo


                                                 



Ayer fue uno de los días más triste de mi vida, sentada en mi coche en medio de un paso de cebra después de recoger una documentación muy importante, me arranqué la mascarilla de la cara, dejando mis pelos como una bruja, me quité los guantes y comencé a llorar como no lo había hecho en mucho tiempo.

Lloraba por la despedida tan triste que acabábamos de dar a un familiar.
Lloraba porque mi costillo se había pasado un mes diciendo que no se iba a poder despedir de ella y tenía razón.
Lloraba porque vi a mis padres y a mi hermana con su familia a más de diez metros y no les pude abrazar.
Lloraba por ver a mis hijos tan tristes sin poderse haber despedido de ella.

Tanto lloraba que un coche de la guardia civil se paró junto al mio ( recordad que estaba sin mascarilla, sin guantes y en un paso de cebra ) y al verme en las condiciones tan lamentables que estaba no me dijeron nada y me dejaron allí.

Fue un día triste, porque aunque era algo que estábamos esperando, nuestra mente no es capaz de aceptarlo cuando se produce.

Porque la mente, la mía por lo menos es de las que no para y organizo mil cosas, de mil maneras y posibilidades pero luego la vida te pega un buen sopapo y te descoloca todos los planes.

Estaba tan enfadada que me daban ganas por la tarde de salir a la calle sin mascarilla y sin nada, enfermar y listo. Aunque luego me pongo a pensar en todos los que me rodean y lo que les puede pasar a ellos por un acto así y me paso toda la tarde sentada en mi sillón huevo junto a la ventana viendo a la gente que pasea por millonésima vez a su perro o compra la barra número diez del pan.

Mientras miraba al vacío pensaba en que estamos en medio de una guerra, que nosotros somos peones o soldaditos de plomo y que somos prescindibles, que esto es una guerra biológica y económica y que los que la están librando no los conocemos, casi seguro que nunca los conoceremos, y nosotros somos los daños colaterales, en especial los soldaditos defectuosos como el del cuento que le faltaba una pierna. Las victimas más frágiles, más débiles son las primeras que van a caer y después iremos los demás, y a nadie le importa, todo sigue igual.

Que se muere la gente, pues se da el parte en la tele con números, no con nombres, apellidos y fotos.
Que te quedas sin trabajo, pues otro número.
Que no puedes dar de comer a tus hijos, te rayan el coche por ser sanitario, te ponen carteles en la puerta para que no vivas con ellos y estén tranquilos, no pasa nada, solo son noticias de un día y cifras.

Somos prescindibles, ya habrá alguien que se esté haciendo de oro vendiendo mascarillas, medicamentos, comida o lo que sea, que no lo vamos a saber.

Y por una vez en mi vida, dudo que muchas más creo que el señor Trump tal vez tenga razón y lo del murciélago que mordió a la culebra y después un pobre chino la puso en una sopa o al revés me suena más a peliculón del mediodía que a realidad.

Ahora nos enteramos que hace diecisiete años ya hubo un brote de un coronavirus y ¿ a nadie se le ocurrió entonces empezar a buscar una vacuna?





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