jueves, 30 de julio de 2020

Antes y Ahora

Esta mañana estaba intentando aparcar el coche en el terreno que compraron los abuelos de mi madre en el pueblo en el que nos vio nacer a todos y creía que me daba un ataque de ansiedad.

Cuando mis parientes compraron el terreno allá por el 1800 y mucho no pensaron en que algunas generaciones después haríamos unas plazas de garaje y que justo enfrente tendríamos una plaza con miles de pivotes que creo que el que los diseñó lo hizo para raspar y abollar coches.

La primera vez que utilicé esa cochera, hace muchos, muchos años, cuando mis preocupaciones en la vida ahora me dan risa, no hice caso a nadie y me aventuré con mi ibiza y con el seguro a medio completar hasta la puerta. Ya entonces era difícil hacer el giro sin subirse a la acera de la rotonda y no dar a los coches que no respetan las prohibiciones de aparcar alrededor de las plazas.

Después de unos cuantos intentos con un mini coche sin dirección aistida en uno de los acelerones le di tal golpe a uno de los que estaba aparcado junto a la puerta que le arranque el parachoques de la parte trasera. ( Esto lo cuento porque el delito ya ha prescrito )

 Fiel a mi carácter y pensando en que el seguro de mi coche no era muy oficial aún intenté huir del lugar, pero no fui capaz, el coche se me calaba y no me acordaba de todos los pasos que tenía que seguir para salir de la que había liado.

Mientras estaba allí gritando a mi madre que cerrara la puerta de la cochera y se fuese que yo ya volvería sin el coche, escuché a lo lejos como un hombre, que con un ataque de pánico solo era capaz de decir ¡ Mi coche! ¡ Mi coche !

Yo entré en pánico total, era una delincuente, sin seguro, intentando huir del lugar del delito. Hasta que la pobre victima digo ¡ Mi coche , mi coche y no tengo seguro !

Mi mente comenzó a funcionar, paré el coche, no me hizo falta poner el freno de mano porque eso era lo que me impedía huir y bajé.

- Es tu coche? Pregunté con cara de buena.
- Sí, dijo él, con cara de delincuente por no tener seguro.
- Y qué has dicho de que no tienes seguro ? Le pregunté.
- Es que se me ha caducado y no lo he renovado.
- Hablemos, le dije, mil veces más tranquila. Los dos eramos un par de delincuentes, pero él no lo sabía.

Aquella historia aún la contamos en las comidas familiares y mi bloqueo mental cuando después de solucionarlo todo me senté en el coche y me pasé casi una hora agarrada al volante diciendo ¡ Mierda, mierda, mierda! y pensando que me habían dado un coche defectuoso porque con el volante bloqueado no podía ver el cuenta kilómetros y yo no era capaz de girarlo.

Ese día me di cuenta que había empezado mi vida de adulta, el coche era mio, el seguro tenía que haber sido mio y el lío en el que me había metido era mio y solo mio.

Después de eso nunca más he salido sin seguro sin revisar ruedas, aceite y mil cosas más.

El otro día en el paseo mientras subimos una cuesta que ya no nos parece tan grande y que nos permite andar, respirar y no parar de hablar, le comentaba a mi compañera de madrugones lo diferente que era mi vida a la de otras personas de mi edad, las obligaciones, responsabilidades y tareas que yo tengo y las que tienen otros/as.

Yo no tengo un solo día en el que no tenga algo que hacer, apunto en un calendario cada cosa porque es imposible acordarme de todo. Pienso a largo plazo en lo que voy a necesitar y lo que tengo que guardar o ahorrar.

Mientras que otros/as viven tranquilos bajo las faldas de sus padres, sin pensar en la comida que van a tener en el plato ese día o si la ropa estará limpia. Una vida totalmente opuesta  a la mía ni mejor, ni peor, simplemente diferente.

Hoy mientras intentada sacar mi coche de la misma cochera en la que intenté entrar hace 25 años un coche la mitad de grande que el de ahora, no paraba de pitar el aparato que trae de serie que me va indicando en una pantalla que me acerco peligrosamente a un objeto que me va a dar un golpe o romper algo.

El pi pi pi me taladraba los oídos, los 42º no me ayudaban, el sudor rozaba los bordes de mis ojos y tres coches esperaban pacientemente a que yo terminase de maniobrar para seguir su camino.

Ha habido un momento en el que no he salido del coche porque las puertas estaban bloqueadas entre dos paredes de hormigón a menos de 4 cm que amenazaban con dejar su firma en todo el lateral, yo seguía sudando, mi mente ha recordado la otra vez que me ví en un lío en el mismo sitio y si hubiera podido hubiera roto el cristal frontal para huir.

Pero ya no soy una cría que llora cuando la vida me pone un reto, ya no grito ¡ mierda ! dando golpes en el volante cuando un problema me hace sudar. Ahora me paro, pienso y decido.

Y eso es lo que he hecho, he puesto el freno de mano, he recogido los espejos y me he colocado otra vez en la posición de salida, he dejado pasar a los tres pacientes conductores que no han protestado en todo el rato y he pensado que todo tiene solución, que los problemas se resuelven de una manera o de otra, sin pedir a alguien que venga y me saque del apuro, sobre todo porque era complicado salir de un espacio tan pequeño.

Cinco minutos después estaba fuera, jurando que la próxima vez lo haré mejor porque pienso volver a aparcar en la maldita plaza de garaje hasta que sea capaz de hacerlo con los ojos cerrados y el pi pi pi del coche deje de sonar.

Y es que eso es ser adulto, o eso pienso yo, afrontar los problemas y ser capaz de hacer las cosas sin dejar que nos los resuelvan ni huir de ellas.




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